por Martín Balza
El intento de recuperar las islas Malvinas por la fuerza constituyó el más notable error de apreciación política, diplomática y militar. La apropiación por la dictadura cívico-militar de una causa justa, sentidamente nacional, buscaba galvanizar a la ciudadanía en torno a ello y perpetuar así un gobierno militar desprestigiado, que se despeñaba inexorablemente. Se tenía la capacidad de recuperar transitoriamente las islas, defendida por un pequeño destacamento de infantes de Marina británicos, pero carecía de la capacidad de mantenerlas ante la previsible reacción británica. Una inepta Junta Militar apreció que el Reino Unido no reaccionaría y que los Estados Unidos apoyarían a la Argentina, o adoptarían una posición neutral. Creer en esos supuestos era desconocer la historia de ambas potencias y de los conflictos del siglo XX.
No hay antecedentes de éxito en batallas insulares sin control del aire y del mar, esa superioridad era totalmente británica. No pocos -principalmente en el Ejército- pretendieron atribuir la derrota no a la incapacidad manifiesta de los mandos superiores y a los complacientes seguidores que evidenciaron un optimismo servil, no a las imprevisiones, no a la falta de abastecimientos, ni a nuestra inferioridad aérea, ni a la ausencia de la flota de superficie, sino a las valientes tropas y a los jefes tácticos (con las excepciones que existen en todas la guerras), que combatieron en la turba malvinera, enfrentando a la entonces tercer potencia mundial, apoyada por los Estados Unidos y miembro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
El Reino Unido nos aventajaba en adiestramiento, medios logísticos y armamento, pero no en valor. La socióloga estadounidense Nora K. Stewart es elocuente cuando expresa: “Ambos, argentinos y británicos, son profundamente leales, patriotas, tienen una herencia militar orgullosa, una convicción religiosa profunda y un arraigado sentido del valor y el heroísmo. Pero la larga historia británica de guerras y batallas por más de 400 años, el adiestramiento permanente de sus fuerzas armadas con la OTAN, combinados con la fresca memoria de la Segunda Guerra Mundial, Corea, Suez, Belice y la permanente actividad en Irlanda del Norte, hacen a las fuerzas británicas más actualizadas en tácticas y rápidas respuestas en el campo de combate. Los argentinos no carecían de valor o lealtad, pero no ostentaban, lamentablemente, la experiencia necesaria”.
Generales británicos -ninguno de la dictadura- reconocieron la profesionalidad y el comportamiento de muchas unidades: “No cabe duda de que los hombres que se nos opusieron eran soldados tenaces y competentes, y muchos han muerto en su puesto. Hemos perdido muchísimos hombres” (general Anthony Wilson).
“Nos encontramos con 300 prisioneros, incluidos el jefe del Regimiento de Infantería 4 y varios oficiales. Esto muestra las mentiras de la informaciones de la prensa según las cuales los oficiales huían dejando a sus soldados conscriptos para que fueran masacrados o se rindieran como ovejas […] Oficiales y suboficiales se batieron duramente” (general Julián Thompson).
“En algunos sectores y fases del combate enfrentamos a tropas bien armadas y aguerridas, que ofrecieron una dura resistencia” (general Jeremy Moore).
Respeto y vocación de paz
El conocido Informe Rattembach, entre otros aspectos, afirmó: “Es importante señalar que hubo Unidades que fueron conducidas con eficiencia, valor y decisión. En esos casos, ya en la espera, en el combate o en sus pausas, el rendimiento fue siempre elevado. Tal caso, por ejemplo, de la Fuerza Aérea Sur, la Aviación Naval, los medios aéreos de las tres Fuerzas Armadas destacados en las islas, el Comando Aéreo de Transporte; la Artillería de Ejército (Grupos de Artillería 3 y 4) y de la Infantería Marina; la Artillería Antiaérea de las tres Fuerzas Armadas correcta y eficazmente integradas, al igual que el Batallón de Infantería de Marina 5, el Escuadrón de Caballería Blindada 10, las Compañías de Comandos 601 y 602 y el Regimiento de Infantería 25. Como ha ocurrido siempre en las circunstancias críticas, el comportamiento de las tropas en combate fue función directa de la calidad de sus mandos “
No puedo omitir mencionar que la conducción en los altos niveles de la Estrategia Nacional y Militar, ejercida desde el continente, fue deplorable. Y el recibimiento a los combatientes en el Ejército, ingrato y humillante. Los responsables primarios de ello son conocidos: el presidente general Reynaldo B. Bignone y el jefe del Ejército general Cristino Nicolaides.
Malvinas fue una pequeña guerra insular (44 días de combate), pero salvando las circunstancias del ámbito geográfico, de los efectivos participantes, de la población afectada, de la duración y el comportamiento de los adversarios, las secuelas y traumas son similares a todas las guerras. Evitar esto es un imperativo humanitario, político y económico. En el conflicto se observaron los usos y leyes de la guerra, se peleó sin odio y con notable respeto a las normas morales por parte de los dos bandos. Los británicos seguramente confiaban en la victoria, pero no ahorraron esfuerzos en obtenerla, y nosotros, conscientes de la previsible derrota nunca vacilamos en seguir combatiendo.
Las Malvinas son incuestionablemente nuestras desde el punto de vista geográfico, histórico y jurídico, pero nuestro país jamás recurrirá nuevamente a la violencia para recuperarlas y mucho menos a su extrema expresión: la guerra. Es el diálogo, el respeto y la vocación de paz lo que debe primar en la negociación entre la Argentina y el Reino Unido.
Todos los muertos de Malvinas -argentinos y británicos- siguen viviendo no solo en la turba isleña y en el mar austral, sino también donde la verdadera humanidad mantiene su alto valor.
(*): Ex jefe del Ejército Argentino. Veterano de la guerra de Malvinas y ex embajador en Colombia y Costa Rica.